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En la Argentina actual, bajo el plan económico del presidente Javier Milei, el costo de vida ronda los 1.200.000 pesos mensuales, mientras que un jubilado que cobra la mínima apenas recibe 275.000 pesos. Esta brecha brutal condena a cientos de miles de adultos mayores y personas con discapacidad a la indigencia, la desnutrición y la desesperanza.
Se trata de una forma silenciosa y sistemática de exterminio social: una eutanasia económica que arrasa con los más vulnerables en nombre de un ajuste impiadoso. Lejos de ser un error de política, es una decisión deliberada: reducir el gasto público eliminando a quienes no pueden defenderse.
Un modelo que remite a los momentos más oscuros de la historia
Durante el régimen nazi, el Castillo de Hartheim, en la Alemania de Hitler, funcionó como uno de los centros del programa de “eutanasia” en el que fueron asesinadas miles de personas con discapacidades físicas o mentales, consideradas por el régimen como “vidas indignas de ser vividas”.

Ese exterminio, iniciado oficialmente en 1939, fue ejecutado por médicos que, bajo la fachada de ciencia y salud pública, seleccionaban a quienes debían morir. Las víctimas eran trasladadas a centros especiales donde se les administraba una dosis letal de medicamentos o se las asesinaba en cámaras de gas. Sus cuerpos eran cremados, como si jamás hubiesen existido.
En ese entonces, el desamparo se justificaba como una forma de “purificar” a la sociedad. Hoy, el ajuste brutal se disfraza de “libertad económica”. El resultado, sin embargo, es similar: las personas que no producen, que no rinden, que no son útiles a los ojos del poder, se mueren.
Milei y la lógica del descarte
El presidente Javier Milei, cuyo apellido real —Gregorio Milikozki— intenta ocultar bajo un seudónimo como lo hizo Adolf Hitler, también aplica una lógica exterminadora. Ya no se trata de cámaras de gas ni de crematorios, sino de salarios de hambre, eliminación de pensiones, desfinanciamiento de la salud pública y destrucción del Estado.
Este modelo libertario no necesita campos de concentración. Le basta con cerrar hospitales, cortar subsidios a medicamentos, y dejar sin recursos a quienes dependen del Estado para sobrevivir.
La historia debe enseñarnos
En 1941, el obispo Clemens von Galen denunció públicamente el programa nazi de eutanasia. Gracias a su valentía, y a la de otros pocos, el plan fue detenido formalmente, aunque los asesinatos continuaron en secreto. Para entonces, más de 200.000 personas con discapacidades habían sido exterminadas.
Hoy, Argentina necesita voces que se levanten con la misma firmeza moral. El hambre también mata. La indiferencia también asesina. No podemos permitir que la historia se repita, esta vez con la excusa de un dogma económico que convierte la crueldad en virtud.
Dios salve a los argentinos de la eutanasia económica.
